Zhang
Yimou siempre había sido un declarado aficionado a las películas de
artes marciales, aunque su carrera cinematográfica se decantase por
lo que se suele denominar: cine de autor. Sus películas estaban
fuertemente arraigadas en la realidad y los conflictos humanos
importaba más que la acción que se desarrollaba en pantalla.
Durante un tiempo sus películas fueron aclamadas por la crítica
europea y los festivales se pelearon para conseguir proyectarlas; y
con razón, pues la filmografía de Zhang Yimou es impresionante.
Películas, como su ópera prima, “Sorgo Rojo” (Hong
gao liang, 1987) dejan
clara su valía para captar algo tan difícil, y a la vez importante,
como es la emoción humana.
Qué
paso después, para que los sesudos críticos se fuesen olvidando de
él y los festivales no lo requiriesen con tanta existencia. Lo que
suele ocurrir, Zhang Yimou se apartó del camino que los
intelectuales consideran que debe seguir todo director interesante que se precie de serlo, y
comenzó a rodar películas de aventuras, artes marciales y fantasía.
A partir de ese momento, sus películas gozaron de mucha menos
atención por parte de los Europeos. En el viejo continente nos
cuesta muchísimo todavía entender que una película de género
puede tener tanto o más contenido intelectual y social que una de
autor.
Y
lo más curioso de todo es que “Hero” es una película cargada de
contenido, no solo un bonito envoltorio para permitirnos un par de
horas de evasión. “Hero” habla de lealtad, amor, honor y
sacrificio. Los personajes anteponen el bien común -o lo que ellos
creen que es el bien común- a su propia vida, mientras se nos narra
una historia de venganza. No hay personajes planos, a pesar de que la
información que se nos prorciona sobre ellos es minimalistas. El
villano de la película es un hombre cruel, un tirano en toda regla,
pero en su corazón está enquistado el miedo a ser asesinado y la
desesperación a ser incomprendido por su pueblo y por la historia.
La
película también nos plantea preguntas interesantes y polémicas,
como si es mejor vivir en guerra entre los hombres y mujeres del
mundo o “habitar todos bajo el mismo cielo”; tradujese esto como
“someterse” al rey más poderoso y firme con el fin de que los
demás reinos dejen de guerrear entre sí y los aldeanos, quienes
sufren las brutales consecuencias del conflicto, puedan vivir por
fin en paz. Pues la lucha entre los reyes de los siete reinos, del
territorio que luego sería China, hace más de 2000 años, donde
está ambientada la película -época a la que los cineasta del
citado país acuden asiduamente, por tratarse de un momento tan
convulso como clave para su Historia-, solo parece importarle a los
reyes; al igual que hoy la guerra es una cuestión de intereses
económicos y estratégicos, donde los altos mandatarios -legítimos
o no- se empeñan en salvarnos del mal sembrando el caos. La mayoría
de los seres humanos no tienen ningún interés en los tejemanejes
militares y políticos, sólo quieren vivir en paz y no pasar
penurias ni ser carne de cañón en un guerra que ni siquiera
entienden. Resulta curioso que una historia de hace más de 2000 años
siga teniendo vigencia, como si no hubiésemos aprendido nada.
Pero
la película no solo está cargada de capas y contenidos que sirven
como semilleros ideales para desembocar en interesantes
conversaciones tras el visionado de la misma, sino que es un filme de
artes marciales en estado puro; concretamente se engloba en el género
denominado como Wǔxiá (cuyo significado es algo así como
"caballeros o héroes de las artes marciales").
“Hero”
es un poema épico de imágenes en movimiento. Las secuencias de
acción son hermosísimas en todos los aspectos: técnico,
interpretativo y emocional. Abundan los planos generales, donde la
naturaleza se muestra en todo su esplendor, frente a la
insignificancia del individuo y la indeterminación de las masas
guerrilleras.
Todo
es dinámico y hermoso en este filme: el tempo narrativo pausado; los
primerísimos primeros planos, en contraposición a los generales; la
acción ralentizada y alegórica que nos permite disfrutar de la
motricidad marcial de las figuras humanas, enfrascadas estas en
luchas tan gráciles como violenta; la caligrafía que se fusiona con
el esgrima; el viento agitando los cabellos de los personajes; las
hojas revoloteando como insectos; las gotas de agua eclosionando; la
majestuosa banda sonora: las telas resonando; los filos de las
espadas rasgando la superficie del agua; los matices de los rostros,
conscientemente contenidos, de grandísimos actores chinos -donde
destaca el maravilloso Tony Leung Chiu Wai-
y reputados artistas marciales -Donnie Yen (quien, a mi modo de ver,
es el digno sucesor de Bruce Lee; si el maestro no hubiese muerto,
haría papeles similares a los de este) o el protagonista Jet Li
(mucho más entonado cuando trabaja con directores chinos que en
producciones americanas)-; las texturas cromáticas, las
composiciones y juegos de luces... cada plano de esta película está
rodado con una minuciosidad y un gusto esquisito.
Lógicamente,
este tipo de cine para aquellos que no están acostumbrados a él
puede resultar difícil, porque el hecho de que los personajes rompan
las leyes de la física y corran por los aires o por encima de la
superficie del agua o por las copas de los aires les puede sacar de quicio. Pero cuando uno asiste a la proyección de una película
de esta características debe entender que existe una coherencia
interna dentro de la misma película y que las leyes físicas no
funcionan como en nuestro mundo, con el propósito de mostrarnos las
excelencias de las artes marciales desde una perspectiva emocional y
no realista. Lo que no le resta un atisbo de tragedia a la trama,
pues todos los personajes están en ingualdad de condiciones, ya que habitan la misma realidad cinematográfica.
Además,
asistimos al original y épico enfrentamiento entre dos maestros de las artes
marciales, como son los citados Jet Li y Donnie Yen, esperado por
muchos aficionados a este maravilloso género cinematográfico y
rodado de una forma prodigiosa por Zhang Yimou.