viernes, 16 de diciembre de 2011

Alerta roja, juego de tablero de CEFA



El “Alerta roja” fue el primer juego de tablero que me regalaron para reyes, cuando tenía –creo- 9 años; y por ello, le tengo especial cariño.  Aún lo conservo, casi inmaculado, a pesar de que jugué muchísimo con él.

Y si no fuera porque durante casi diez años su caja permaneció sellada y olvidada en un armario del dormitorio que compartí con mi hermano, y las gomas que sujetaban las tarjetas se consumieron y se quedaron parcialmente adheridas al cartón, seguiría estando en perfecto estado.

Siempre he sido obsesivo con el cuidado de los cómics, los juegos de mesa y los muñecos… quizá por eso aún conservo muchos de mis juguetes de la infancia. Dios, cómo me duele que mi padre regalara mi Amstrad CPC 464 de monitor verde fosforito.

Durante mí infancia los juegos de CEFA se tornaron preciosos frutos, y el “Lepanto” –inalcanzable deseo de mi niñez, que quizá solvente en mi madurez- una suerte de ansiado vellocino de oro del infante que más de veinte años después escribe un texto que no le hará justicia –lo sé- a lo que viví.


 Recuerdo la infinidad de años que escribía a los reyes pidiéndoles que me trajeran el “Lepanto”, y éste nunca llegaba. Por desgracia,  no pude verlo más que en las fotografías que aparecían tras los tableros de las cajas grandes de la casi totalidad de juegos publicados.

Los años pasaron, crecí y los juegos de tablero fueron apartándose de mi ocio diario. Lo cual ocurrió por dos motivos. El primero  fue que mis hermanos y yo pasábamos menos tiempo juntos, lo que dificultaba la tarea de encontrar jugadores con los que disfrutar de las excelencias de los clásicos CEFA.

Sobre todo mi hermano, mi principal cómplice en los largos veranos, con quien recuerdo antológicas partidas al “Drácula” y mi pleno de derrotas al “Estratego” –que no era de CEFA, pero que nos permitió pasar días enteros, en la época estival, enfrentándonos en desigual batalla, y olvidarnos del aburrimiento y del calor-.  Pues mi hermana nunca compartió nuestras aficiones.


Como curiosidad, he de reconocer que, a pesar de que el “Estratego” me encantaba, y hoy día me sigue pareciendo un juego fascinante –y me alegra que sea uno de los pocos que se sigue editando-, soy el peor jugador de la historia. Todo el mundo me gana al “Estratego”. Si no juego más, es por frustración, no por falta de ganas. Las veces que he ganado se pueden contar con el muñón de una mano.



La falta de tiempo compartido con mis hermanos, y el hecho de que no me sedujera la idea de sacarlo a la calle, para jugar con mis amigos en el portal –cosa que hice en contadas ocasiones-, me abocaba a buscar el ocio en la lectura, el dibujo y los videojuegos de 8 bits –aunque estos últimos no los disfruté nunca tanto como lo hacía cuando jugaba con mi hermano.

El otro motivo que provocó mi distanciamiento con estos maravillosos juegos tiene que ver con el cambio de mentalidad de los niños de entonces –condicionado por los creativos y los estudios de mercado de las empresas de entretenimiento, imagino-. Los juegos de tablero desaparecieron de las estanterías de las tiendas. Primero fueron arrinconados por otros juegos más vistosos –y bastante menos artesanales-, como fueron “Operación”, “Tragabolas”… La mayoría de MB; y luego dejaron de fabricarse. 



Pero centrémonos en el “Alerta Roja”. Decía que este juego de tablero me lo trajeron los reyes como sustitución del “Lepanto”; y tras la decepción inicial, pues hasta el último momento siempre esperaba que el juego que escondiese el papel de regalo fuera el del “Lepanto”, quedé absolutamente hechizado por la impresionante ilustración de aquel bidón radiactivo con una calavera en su interior que adornaba la caja grande.

Breve inciso:

Los juegos de CEFA se podían comprar en caja pequeña y grande. La diferencia era substanciosa en lo que se refiere a la calidad de las piezas y a las dimensiones y el material del tablero. En el “Alerta Roja” la calavera –creo- que pasaba de ser una ficha troquelada de cartón cutre con el bidón dibujado a un impresionante bidón de plástico con la calavera en su interior. Las piezas de los jugadores eran unos vistosos detectives de colores en la grande, mientras que en la caja pequeña no eran más que fichas redondas como las del parchís. El tablero en la caja grande era más grueso y de mayor tamaño. 


Normalmente, mi hermano y yo comprábamos con nuestros ahorros los de caja pequeña –“Misterio”, “Dagón”- y los de caja grande nos los regalaban, pues la diferencia de precio era bastante elevada. Creo recordar que el “Dagón” en caja pequeña nos costó menos de mil pesetas –creo que 875 pesetas, aunque puede que me equivoque, ya que era mi hermano el encargado de efectuar la compra; yo me limitaba a pegar la cara al escaparate durante la cantidad ingente de meses que dedicábamos a ahorrar, rezando para que nadie se nos adelantara, pues en aquella época no sabía que las cosas se reponían, y lo comprara-. En lo que respecta a las reglas y el desarrollo no había ningún cambio.


Fin del inciso.

Las reglas eran sencillas, aunque lo mejor era jugar con gente de confianza, pues era muy fácil hacer trampas, porque dichas normas dejaban demasiado espacio a la interpretación. Los jugadores tenían que encontrar al Bidón radioactivo antes de que se les acabasen las cartas que les permitían moverse por el tablero. El Bidón tenía ventaja, pues sólo se mostraba su localización al final de cada cuatro movimientos, los cuales quedaban ocultos tras las tarjetas que empleaba el propietario del foco radiactivo, en un folio situado dentro de una vistosa carpetilla con huecos para colocar las correspondientes fichas de transporte. Además quien llevaba el bidón contaba con una tarjeta interferencia, la cual se podía usar como si fuera un coche, una lancha o un submarino, pero ninguno de los otros jugadores sabía qué había usado hasta el final de la partida. Y por si esto fuera poco, disponía de una tarjeta trampa, la cual le permitía desplazarse a cualquier casilla del tablero; ésta se solía usar cuando te veías acorralado.

Existían tres medios de transporte: coches –fichas negras-, lanchas -azules- y submarinos –anaranjadas-. Las que más se usaban eran las negras, es decir, los coches; pero con las que se podría recorrer distancias más largas era con las fichas submarino; aunque también existían menos casillas de submarino, que de lanchas y de coches, claro.


El tablero donde se desarrollaba la acción, compuesto éste por pequeños círculos numerados que se comunicaban entre sí, divididos en colores de forma aleatoria: negro; negros y azules; negros y naranjas; era una autentica obra maestra. Una delicia para la vista. Se supone que representaba el sistema de alcantarillado de una ciudad amenazada por la radiactividad. Recuerdo que me pasaba horas –cuando ya mis hermanos casi no jugaban conmigo-, con sólo el tablero, extendido sobre la cama, tumbado de costado, contemplando los detalles de aquella lúgubre representación,  que siempre pensé que quedaba demasiado tapada por las casillas.

Como curiosidad decir que gracias a mi anuncio de que iba a empezar esta batería de artículos relacionados con CEFA, me he llevado la sorpresa de que el ilustrador de la mayoría de los juegos de CEFA se pasara por este humilde blog. Lo que me lleva a pensar la cantidad ingente de ilustradores y dibujantes españoles que hicieron una labor encomiable, proporcionándonos composiciones que desbordaban imaginación durante nuestra infancia, y a quienes nadie a reconocido como se merecen.  Por eso trataré de poner mi granito de arena para que su legado permanezca, y se les reconozca como los grandísimos artistas que fueron, y son.

El ilustrador que nos brindó las maravillosas ilustraciones de CEFA –entre otras muchas cosas, que un servidor desconocía que fueran suyas-, se llama Isidro Monés, y recomiendo que os deis una vuelta por su blog -basta pinchar sobre su nombre-, donde vais a descubrir un montón ilustraciones que seguro que os sonarán pero que, probablemente, no sabíais que las había hecho él.


Otra vez me desvío del rumbo señalizado. Os pido disculpas, lectores del blog, pero me he dado cuenta de que estos artículos funcionan mejor escritos de forma anárquica, como bullen en mi cabeza los recuerdos imparciales.

Vuelvo al “Alerta roja”.

Tengo que reconocer que el juego a mí me gustaba muchísimo, pero que a mis hermanos nunca les gustó demasiado. Volví a jugar de mayor, y siguió gustándome. Quizá fuese por la nostalgia que despierta en mí. Puede ser, sí. Me resulta muy fácil recordar aquellos largos veranos en los que prácticamente nos quedábamos mi hermano y yo solos en el edificio –mi hermana nunca compartió aficiones con nosotros-, y nos dedicábamos los dos a ver el tour, a montar en bici de carreras, a jugar al Amstrad CPC, a visionar películas alquiladas o grabadas –quitándole los anuncios- en nuestro Beta primero, y luego en nuestro VHS; a jugar a las cartas de aviones, coches, tanques…; a leer cómics, a jugar a las chapas –ya fuera a la vuelta ciclista o al fútbol-; y a crear juegos nuevos –todavía me acuerdo del rugby con aquellos muñecos que no eran ni tan pequeños como los clicks de Playmobil ni tan grandes como los madelmans, y que no recuerdo ahora cómo se llamaban-, a jugar al baloncesto con maceteros o partidos de fútbol sin que botara con un globo en el salón de casa, tratando de no tirar nada… y otros juegos un pelín más peligrosos, como nuestros combates de boxeo en la alfombra con las protecciones de los puños que usaba mi hermano para Karate, durante los cuales se suponía que sólo se marcaba... aunque más de una me llevé.

La verdad es que cuando vuelvo la vista atrás, y recuerdo mi infancia, son los veranos en la ciudad, mientras todos mis amigos se iban al pueblo –apiadándose de mí, porque nunca me iba de vacaciones-, los más añorados.


Gracias a Internet estoy pudiendo recuperar un montón de cosas que no pude comprar en su momento o que perdí –que fueron pocas cosas, pero que según pasan los años más me duele haberlas perdido o regalado-. Por eso, os invito a pasaros por la web que se está encargando de recuperar todos los juegos de tablero descatalogados de CEFA –entre otras joyas-, y después de imprimir el tablero, las fichas y las tarjetas escaneadas, juntar unos cuantos buenos amigos y disfrutar de unos juegos de tablero que quizá no fueran el colmo de la originalidad –la mayoría estaban inspirados en otros ingleses o americanos-, pero que ofrecían in diseño cargado de imaginación y que además habían sido hecho íntegramente en España. No sólo hubo una “Edad de oro de Solf español”, sino que también existió una edad de oro de los juegos de tablero españoles”.

Espero que con esta entrada –y con las que vendrán-, logre que alguien recuerde o se atreva a echarse unas partidillas.

Para disfrutar de este juego -y de los demás que hablaré-, pichad aquí

Si lo que queréis es comprar el juego, tendréis que explorar ebay, Amazón o cualquier otra tienda virtual; aunque creo que salen algo caros.