Solo por “El huevo” merece la pena comprar el libro.
Al igual que ocurre con la obra maestra, también escrita por David Jasso, titulada “La silla” —con la que esta potente antología comparte obsesiones y tono—, el lector se ve sumergido en el horror más escalofriante que existe: el cotidiano.
Pero vayamos por partes.
El primero de los relatos, como ya mencioné, se titula “El huevo”, y para un servidor quizá sea el mejor de todos los que conforman el libro.
Es alucinante como el autor se vale de una gamberrada infantil, que la mayoría de la gente ha vivido en algún momento de su vida, ya se como mano ejecutora o como víctima indiscriminada —o en ambos lados de la moneda—, para tejer un estremecedor relato. Y este es, sin duda, el mayor acierto del escritor. Porque al ofrecernos una situación tan cotidiana, tan cercana, resulta facilísimo empatizar tanto con el niño que tira el huevo como con el viandante que sufre la broma pesada.
David Jasso escribe con una prosa directa y poderosa, sin necesidad de alardes o artificios. Maneja el ritmo a su antojo, como si fuera un experto maestro relojero. Se vale de la anticipación para acrecentar la tensión psicológica y darle empaque a los acontecimientos; así como para dotar a la narración de un halo de siniestra fatalidad y de puede pasar cualquier cosa, que logra que el lector abandone su cómoda posición y se implique en lo que está sucediendo casi de una manera física.
Las sensaciones que trasmite el relato provocan que el lector se retuerza de asco, que aparte un momento la mirada del párrafo, que contenga la respiración, que suspire cuando se le da un respiro, que se quede sin aliento; que sienta los golpes del destino padecidos por los personajes como si los recibiera en carne propia; que tema por los personajes...
Dudo que alguien pueda permanecer impasible, después de conocer el inesperado final que nos brinda David Jasso. Pues cuando uno termina de leer el relato, queda aturdido por lo sucedido y es incapaz de dejar de darle vueltas a lo que acaba de leer, imbuido en mil reflexiones. Y todo, porque el horror es tan cotidiano que ninguna de las actitudes de los personajes nos resultan ajenas. En las circunstancias adecuadas, el ser humano puede cometer la mayor de las bajezas, sin que le tiemble el pulso. Uno nunca sabe de lo que es capaz, en una situación crítica.
Después de leído “El huevo” nos damos cuenta de que lo que se nos narra no difiere en mucho con lo que cualquiera de nosotros ha podido vivir. La mayoría de las veces no ocurre nada más allá de la simple anécdota; pero todo lo que nos narra David Jasso podía habernos ocurrido, si hubiéramos tomado decisiones diferentes o se hubiesen dado unas circunstancias concretas. Es como cuando conduciendo con tu coche, pierdes los nervios e insultas a otro conductor. Normalmente, no pasa nada. Pero esa acción impulsiva, si se dan una serie de circunstancias, y el destino se tuerce, pueden costarnos muy caras. Y eso, precisamente eso, es lo que sucede en este relato. Todo es susceptible de empeorar, cuando tomamos una mala decisión o somos víctimas de una broma del destino.
Es casi imposible no leerse el relato de corrido y elucubrar acerca de qué va a pasar a continuación. Pues mientras se lee, uno siente la incipiente necesidad de saber cuál va a ser el desenlace, y así, poder frenar la comezón y la ansiedad provocadas por la incertidumbre.
El segundo relato es “La bruma”, el cual no baja el listón de calidad. Se trata de un hombre que ha perdido a su mujer y a su hija en un accidente de coche, y que solo es capaz de soportarlo cuando se encuentra sumido en una especie de letargo, provocada por la fuerte medicación que le pautan los médicos. Este hombre, roto por la pena, conoce en el hospital a una chica anoréxica, que dice poseer poderes telepáticos.
El elemento fantástico funciona, y en ningún momento chirría, gracias a que está integrado en un mundo dotado de una realidad descarnada; y además, es lo que menos importa. Lo que realmente capta el interés del lector es cómo David Jasso nos habla del dolor real, insoportable, visceral, que padece quien sufre la repentina pérdida de un ser querido. Y también, del dolor irreal, que padece la muchacha, ese que está dentro de nuestras mentes, que nos induces a maltratar nuestros cuerpos o a ser infelices de forma consciente.
Todo aquel que, por desgracia, haya sufrido una pérdida así, podrá sentirse identificado con el protagonista. Al igual que cualquiera que haya sufrido, en carne propia, o convivido, con una persona que padezca una grave enfermedad mental o una acusada adicción, se dará cuenta de lo bien reflejado que están los sentimientos que castigan a la niña.
Como en “El huevo”, en “La bruma” el lector va siempre por detrás de lo que sucede, las sensaciones son extremas y el final te deja hundido.
En definitiva, otro relato impecable.
El tercero, titulado “El tubo” no desmerece a los dos anteriores, y raya a gran altura, pero un pequeño error formal impide que este genial relato pueda alcanzar los niveles de calidad que atesoran sus predecesores.
La historia nos presenta a dos hermanos que recientemente han perdido a su padre, en un fatídico accidente de tráfico. David Jasso nos muestra aquí, las heridas abierta en la familia del hombre implicado en la colisión, de la que ya se nos habló en “La bruma” —dotando así, de coherencia interna y de mayor unidad a los relatos que conforman la antología.
El relato comienza cuando uno de los hermanos trae a casa un tubo misterioso, y como ocurre en los demás cuentos, una mala decisión y la curiosidad, provocan que ambos se vean envueltos en una situación aterradora, despertando miedos ancestrales e infantiles.
Lo más destacable es cómo David Jasso juega con el horror que queda fuera de campo, lo que se intuye; sugiriendo, más que mostrando. Hay momentos en los que se te pone la piel de gallina y casi notas el frío que sienten los personajes.
Otra vez, el autor maneja de forma soberbia los recursos cotidianos para hilvanar una historia sobrenatural que hará estremecer a más de uno. Lástima el error del que hablé, que sin ser importante, afecta a la narración.
El relato está narrado en primera persona, por el hermano mayor; pero, en algunos momentos, sobre todo cuando se describe el tubo, Jasso utiliza un lenguaje demasiado culto, impropio de un niño de tan corta edad. Y no pasaría nada, si toda la narración hubiese sido escrita así. Pero el escritor alterna el lenguaje culto con el infantil, y hay momentos en los que la narración pierde fuerza porque se atisba la trampa; es decir, al lector le cuesta entrar en la historia porque, aunque no sepa discernir por qué, algo no acaba de funcionar. Éste es el único pequeño pero que puede echársele en cara al autor.
El siguiente relato “El cine”, quizá se el más flojo de todos. Tiene un inicio fantástico, que potencia el mundo en que David Jasso mueve sus personajes, haciendo referencias y guiños, nuevamente, a “La silla”; cuyo espíritu pulula por toda la obra.
A todo el mundo nos ha pasado lo que le sucede al protagonista. Quién no ha perdido a una persona, ya sea en un cine, en un centro comercial, un mercadillo, un aeropuerto, una estación de tren… y luego, lo ha encontrado, convirtiéndose, lo que podía haber sido una tragedia, en un mero susto. Pero, y si no encuentras a esa persona. Y si te pasa como al protagonista, que pierdes a tu novia en un cine, después de haber discutido, y eres incapaz de encontrarla y tu cabeza no deja de ponerte en lo peor.
El relato trasmite muy bien la ansiedad y la desesperación del protagonista, pero el final resulta demasiado apresurado e incoherente.
La antología se cierra con la novela corta “La textura de tu piel”, que nos cuenta el difícil tránsito a la adolescencia a través de los ojos de una joven que posee el poder de atravesar la materia sólida. Si bien tiene momentos brillantes, la historia adolece de la intensidad emocional de “El huevo”, “La bruma” o “El tubo”.
No se trata de una mala historia; más bien, al contrario. Pero los personajes apenas están esbozados y hay momentos que las cosas ocurren tan deprisa que cuesta asimilarlas. Aún así, es una novela corta que se lee con interés.
Lo mejor es como está narrado, en primera persona, “el cuelgue” de una adolescente por un chico de su clase. Lo peor, el final, carente de impacto.
El balance final de la antología “Abismos” es francamente positivo. Como he dicho, solo “El huevo” vale el precio del libro.
Un consejo: si todavía no habéis leído "La silla", no leáis el prólogo. Id a comprar "La silla", leedla, y después, ya podéis leer dicho prólogo. Porque siendo un prólogo magnífico, te estropea el final de "La silla".
Para concluir, solo quiero agradecer al Grupo AJEC que me mandase un ejemplar de “Abismos” para escribir esta reseña.
Al igual que ocurre con la obra maestra, también escrita por David Jasso, titulada “La silla” —con la que esta potente antología comparte obsesiones y tono—, el lector se ve sumergido en el horror más escalofriante que existe: el cotidiano.
Pero vayamos por partes.
El primero de los relatos, como ya mencioné, se titula “El huevo”, y para un servidor quizá sea el mejor de todos los que conforman el libro.
Es alucinante como el autor se vale de una gamberrada infantil, que la mayoría de la gente ha vivido en algún momento de su vida, ya se como mano ejecutora o como víctima indiscriminada —o en ambos lados de la moneda—, para tejer un estremecedor relato. Y este es, sin duda, el mayor acierto del escritor. Porque al ofrecernos una situación tan cotidiana, tan cercana, resulta facilísimo empatizar tanto con el niño que tira el huevo como con el viandante que sufre la broma pesada.
David Jasso escribe con una prosa directa y poderosa, sin necesidad de alardes o artificios. Maneja el ritmo a su antojo, como si fuera un experto maestro relojero. Se vale de la anticipación para acrecentar la tensión psicológica y darle empaque a los acontecimientos; así como para dotar a la narración de un halo de siniestra fatalidad y de puede pasar cualquier cosa, que logra que el lector abandone su cómoda posición y se implique en lo que está sucediendo casi de una manera física.
Las sensaciones que trasmite el relato provocan que el lector se retuerza de asco, que aparte un momento la mirada del párrafo, que contenga la respiración, que suspire cuando se le da un respiro, que se quede sin aliento; que sienta los golpes del destino padecidos por los personajes como si los recibiera en carne propia; que tema por los personajes...
Dudo que alguien pueda permanecer impasible, después de conocer el inesperado final que nos brinda David Jasso. Pues cuando uno termina de leer el relato, queda aturdido por lo sucedido y es incapaz de dejar de darle vueltas a lo que acaba de leer, imbuido en mil reflexiones. Y todo, porque el horror es tan cotidiano que ninguna de las actitudes de los personajes nos resultan ajenas. En las circunstancias adecuadas, el ser humano puede cometer la mayor de las bajezas, sin que le tiemble el pulso. Uno nunca sabe de lo que es capaz, en una situación crítica.
Después de leído “El huevo” nos damos cuenta de que lo que se nos narra no difiere en mucho con lo que cualquiera de nosotros ha podido vivir. La mayoría de las veces no ocurre nada más allá de la simple anécdota; pero todo lo que nos narra David Jasso podía habernos ocurrido, si hubiéramos tomado decisiones diferentes o se hubiesen dado unas circunstancias concretas. Es como cuando conduciendo con tu coche, pierdes los nervios e insultas a otro conductor. Normalmente, no pasa nada. Pero esa acción impulsiva, si se dan una serie de circunstancias, y el destino se tuerce, pueden costarnos muy caras. Y eso, precisamente eso, es lo que sucede en este relato. Todo es susceptible de empeorar, cuando tomamos una mala decisión o somos víctimas de una broma del destino.
Es casi imposible no leerse el relato de corrido y elucubrar acerca de qué va a pasar a continuación. Pues mientras se lee, uno siente la incipiente necesidad de saber cuál va a ser el desenlace, y así, poder frenar la comezón y la ansiedad provocadas por la incertidumbre.
El segundo relato es “La bruma”, el cual no baja el listón de calidad. Se trata de un hombre que ha perdido a su mujer y a su hija en un accidente de coche, y que solo es capaz de soportarlo cuando se encuentra sumido en una especie de letargo, provocada por la fuerte medicación que le pautan los médicos. Este hombre, roto por la pena, conoce en el hospital a una chica anoréxica, que dice poseer poderes telepáticos.
El elemento fantástico funciona, y en ningún momento chirría, gracias a que está integrado en un mundo dotado de una realidad descarnada; y además, es lo que menos importa. Lo que realmente capta el interés del lector es cómo David Jasso nos habla del dolor real, insoportable, visceral, que padece quien sufre la repentina pérdida de un ser querido. Y también, del dolor irreal, que padece la muchacha, ese que está dentro de nuestras mentes, que nos induces a maltratar nuestros cuerpos o a ser infelices de forma consciente.
Todo aquel que, por desgracia, haya sufrido una pérdida así, podrá sentirse identificado con el protagonista. Al igual que cualquiera que haya sufrido, en carne propia, o convivido, con una persona que padezca una grave enfermedad mental o una acusada adicción, se dará cuenta de lo bien reflejado que están los sentimientos que castigan a la niña.
Como en “El huevo”, en “La bruma” el lector va siempre por detrás de lo que sucede, las sensaciones son extremas y el final te deja hundido.
En definitiva, otro relato impecable.
El tercero, titulado “El tubo” no desmerece a los dos anteriores, y raya a gran altura, pero un pequeño error formal impide que este genial relato pueda alcanzar los niveles de calidad que atesoran sus predecesores.
La historia nos presenta a dos hermanos que recientemente han perdido a su padre, en un fatídico accidente de tráfico. David Jasso nos muestra aquí, las heridas abierta en la familia del hombre implicado en la colisión, de la que ya se nos habló en “La bruma” —dotando así, de coherencia interna y de mayor unidad a los relatos que conforman la antología.
El relato comienza cuando uno de los hermanos trae a casa un tubo misterioso, y como ocurre en los demás cuentos, una mala decisión y la curiosidad, provocan que ambos se vean envueltos en una situación aterradora, despertando miedos ancestrales e infantiles.
Lo más destacable es cómo David Jasso juega con el horror que queda fuera de campo, lo que se intuye; sugiriendo, más que mostrando. Hay momentos en los que se te pone la piel de gallina y casi notas el frío que sienten los personajes.
Otra vez, el autor maneja de forma soberbia los recursos cotidianos para hilvanar una historia sobrenatural que hará estremecer a más de uno. Lástima el error del que hablé, que sin ser importante, afecta a la narración.
El relato está narrado en primera persona, por el hermano mayor; pero, en algunos momentos, sobre todo cuando se describe el tubo, Jasso utiliza un lenguaje demasiado culto, impropio de un niño de tan corta edad. Y no pasaría nada, si toda la narración hubiese sido escrita así. Pero el escritor alterna el lenguaje culto con el infantil, y hay momentos en los que la narración pierde fuerza porque se atisba la trampa; es decir, al lector le cuesta entrar en la historia porque, aunque no sepa discernir por qué, algo no acaba de funcionar. Éste es el único pequeño pero que puede echársele en cara al autor.
El siguiente relato “El cine”, quizá se el más flojo de todos. Tiene un inicio fantástico, que potencia el mundo en que David Jasso mueve sus personajes, haciendo referencias y guiños, nuevamente, a “La silla”; cuyo espíritu pulula por toda la obra.
A todo el mundo nos ha pasado lo que le sucede al protagonista. Quién no ha perdido a una persona, ya sea en un cine, en un centro comercial, un mercadillo, un aeropuerto, una estación de tren… y luego, lo ha encontrado, convirtiéndose, lo que podía haber sido una tragedia, en un mero susto. Pero, y si no encuentras a esa persona. Y si te pasa como al protagonista, que pierdes a tu novia en un cine, después de haber discutido, y eres incapaz de encontrarla y tu cabeza no deja de ponerte en lo peor.
El relato trasmite muy bien la ansiedad y la desesperación del protagonista, pero el final resulta demasiado apresurado e incoherente.
La antología se cierra con la novela corta “La textura de tu piel”, que nos cuenta el difícil tránsito a la adolescencia a través de los ojos de una joven que posee el poder de atravesar la materia sólida. Si bien tiene momentos brillantes, la historia adolece de la intensidad emocional de “El huevo”, “La bruma” o “El tubo”.
No se trata de una mala historia; más bien, al contrario. Pero los personajes apenas están esbozados y hay momentos que las cosas ocurren tan deprisa que cuesta asimilarlas. Aún así, es una novela corta que se lee con interés.
Lo mejor es como está narrado, en primera persona, “el cuelgue” de una adolescente por un chico de su clase. Lo peor, el final, carente de impacto.
El balance final de la antología “Abismos” es francamente positivo. Como he dicho, solo “El huevo” vale el precio del libro.
Un consejo: si todavía no habéis leído "La silla", no leáis el prólogo. Id a comprar "La silla", leedla, y después, ya podéis leer dicho prólogo. Porque siendo un prólogo magnífico, te estropea el final de "La silla".
Para concluir, solo quiero agradecer al Grupo AJEC que me mandase un ejemplar de “Abismos” para escribir esta reseña.
Tiene muy buena pinta, habra que leer algo de este autor.
ResponderEliminarPor supuesto, nef ;)
ResponderEliminarY, Roberto, gracias por una reseña tan profunda y elogiosa.
Dios, qué honor. El gran David Jasso ha pasado por mi blog, y encima, se lo ha leído. Gracias a ti. Ojalá algún día pueda alcanzar tu nivel, o una décima parte de él -que tampoco estaría mal.
ResponderEliminarAh, y que sepas que Nef -que es hombre de palabra- ya se ha leído "La silla".
Abrazos.